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NUNCA ES TARDE PARA SER RIDICULO
La caída del muro de Berlín enterró sus privilegios y esperanzas, y han tenido que empezar de nuevo con el objetivo puesto en el progreso de su primogénito
Es fácil imaginarse la situación: él, profesor de música; ella, economista y ambos, empleados del Estado con vivienda, un hijo, coche y buena posición social. Un estatus envidiable si no fuera porque corresponde a una familia del desmantelado bloque soviético.
Los Dimov aguantaron el efecto dominó de la caída del muro de Berlín, y lo hicieron porque, por entonces, si modus vivendi se lo permitía. Tenían un sitio en su país, como bien matiza el cabeza de familia, Yanko Dimov Yankov. «Éramos alguien y el salario, aunque bajo, alcanzaba para nosotros». Hasta que Dimo, el niño nacido un año antes del derrumbamiento de la gran tapia, creció lo suficiente como para que su padre y su madre se planteasen que había que procurarle lo mejor.
Bulgaria no era, precisamente, el lugar idóneo para fraguarse un futuro con garantías, de lo contrario no habrían abandonado el país, hecho del que responsabilizan a los sucesivos gobiernos, que no supieron o no pudieron enderezar el rumbo de la economía. «Nosotros -añade el padre- siempre tendríamos trabajo para vivir; bien o mal, pero suficiente. Sin embargo, queremos que nuestro hijo tenga la oportunidad de estudiar o de trabajar, si así lo quiere, y pensamos que aquí hay más posibilidades».
Así que Danka Vassileva Yankova, el contrapunto femenino de este trío trabajador y afable, hizo las maletas y se fue a Madrid, donde, gracias a un familiar y a algunos compatriotas que ya se habían establecido en el opulento Occidente, logró emplearse en faenas domésticas.
Una buena oportunidad
Corría 1999, y en uno de esos humildes empleos, impropio de una persona de la capacidad intelectual y profesional de esta mujer de trato agradable, conoció a quienes le pusieron en contacto con una familia de Ferrol que necesitaba de alguien para cuidar a una señora afectada de alzhéimer.
La relación profesional se mantuvo durante un lustro, hasta el fallecimiento de la enferma, tiempo suficiente como para que padre e hijo se unieran a la madre dos años después. Ahora creen que tomaron la decisión correcta y prueba de ello son sus palabras de reconocimiento: «Estamos muy agradecidos a esa familia. Nos han tratado muy bien y nos acogieron en su casa sin interés alguno por su parte. Ciertamente, estamos en deuda con ellos».
-¿Qué se siente al tener que abandonar una vida de privilegio y verse obligados a ganarla de manera tan humilde?
-Nos sentimos esperanzados y con ánimo para seguir adelante. La vida sigue. Encontrar un trabajo decente -afirma Danka- ayuda y tranquiliza mucho. Luego ya se verá.
Así me gusta Yanko, superación y ganas de hacerlo mejor. Ya ves que el esfuerzo tiene recompensa y que cuando nos centramos en algo sale mejor que si abarcamos demasiado. Enhorabuena, ya sabes de qué nivel ya no puedes bajar!!!
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